(Fragmento de la edición de 1998)
Isabel Rauber.
INTRODUCCION
Este libro es parte de un proceso de búsqueda y profundización en mis estudios relativos al poder. Cuando lo inicié, en 1992, partí de una serie de hipótesis acerca del concepto género y su convergencia con el problema del poder que he ido comprobando durante el curso de mis investigaciones sobre ambos temas. El estudio de los componentes culturales del poder, a los que he prestado particular atención, me ha permitido nutrirme de variadas fuentes y referencias. Mientras un problema se insinuaba como tal en un plano, podía reafirmarlo, profundizarlo o rechazarlo como tal problema en otro. La fluida intercomunicación entre mis estudios de construcción de poder desde abajo y los de género, de modo explícito o implícito, me ayudó a esclarecer cuestiones, cerrar algunas interrogantes y abrir otras, encadenando problemas y soluciones posibles que, en resumidas cuentas, arrojaron mayor claridad acerca de la extraordinaria complejidad y dimensión de los mecanismos de producción y reproducción de la hegemonía ideológico-cultural del poder de dominación, discriminación y exclusión social
El enfoque de género resulta profundamente cuestionador de las relaciones de poder, de la cultura del poder desde lo político hasta lo privado, al punto tal que desnuda sin miramientos el carácter político de las relaciones que se desarrollan en el mundo privado y supuestamente no político. De ahí que su consideración, su enfoque crítico, sus planteamientos y sus propuestas resultan indispensables en todo debate o proyección política encaminada a una transformación del poder en el sentido de democratizarlo, de humanizarlo, de ponerlo al servicio de la sociedad, es decir, de los hombres y las mujeres que le dan cuerpo y alma
La cuestión de género no es "cosa de mujeres"; plantea una relación social entre hombres y mujeres establecida sobre la base de patrones culturales que instalan y justifican la desigualdad y la subordinación de la mujer. A partir de allí, cuestiona las relaciones discriminatorias establecidas respecto a las mujeres a través de los siglos en desmedro de éstas, aunque las reconoce incorporadas y asimiladas por hombres y mujeres mediante su reiterada repetición en la vida cotidiana, y acuñadas como "naturales" por la fuerza de la costumbre, de las tradiciones, etc., de la cultura de ese modo creada y recreada. Sólo la deconstrucción histórico-social de esta cultura hará posible la construcción de otro tipo de relaciones, abrirá caminos para establecer nuevos roles (diferentes), más equitativos, más humanos entre los hombre y las mujeres
Se trata de un proceso simultáneo de deconstrucción-construcción de nuevas relaciones (e identidades) entre hombres y mujeres, proceso largo, sinuoso y contradictorio como todos los procesos sociales cuyas raíces culturales están en la base misma constituyente de la sociedad. Su componente cultural dice a las claras que la transformación abarca, entre otras cosas y fundamentalmente, a la mentalidad vigente y presente en hombres y mujeres, que entiende que el ser mujer y el ser hombre se define por determinados parámetros sobre los cuales se delimitan los roles hombre-mujer tal como hasta ahora los conocemos, y cuyas raíces culturales datan de milenios
La propuesta de género que reclama romper con esa cultura y con esa mentalidad, no es un cuestionamiento unidireccional de las mujeres hacia los hombres -aunque en cierto sentido lo es- sino hacia hombres y mujeres y, fundamentalmente, hacia las propias mujeres, en gran medida reproductoras de los patrones patriarcal-machistas en la pareja, en el seno de la familia y en la vida social, política, económica, etcétera
No se trata entonces de un "problema de las mujeres". Atañe a una nueva concepción de organización de la sociedad, de las relaciones entre las clases y los sectores sociales y, atravesándolas, atañe a la transformación -desde abajo, también y en gran medida desde la vida familiar- de las relaciones entre hombres y mujeres. Esto resulta tan inherente a la esencia autoritaria o no, democrática o no, prepotente o no, discriminatoria y excluyente o no, de un sistema social, del poder, como lo es el enfoque que desnuda y denuncia al Capital como el productor y reproductor de la explotación del hombre por el hombre
Ese enfoque da cuenta de una parte importante y esencial de la injusticia y la explotación y propone su superación mediante una recomposición de las relaciones sociales basadas en la equidad y el equilibrio entre las personas, teniendo como eje la desaparición del Capital como motor del sistema de producción y reproducción de la vida social. En ese sentido resulta válido y necesario, pero no basta. No llega hasta los otros tentáculos del poder, no cuestiona sus bases ideológico-culturales anteriores al capitalismo, sobre las cuales se ha erigido -incorporándolas y desarrollándolas a su modo- la sociedad capitalista moderna. El planteamiento de género, en su cuestionamiento, llega hasta los cimientos mismos de la cultura del poder patriarcal heredado y desarrollado por el capitalismo. De ahí su fundamental importancia para un replanteamiento profundo del conjunto de relaciones sociales y del poder de una sociedad dada, en el sentido de nuevo proyecto social. No digo que sea suficiente, pero sí necesario, imprescindible, insoslayable. Para avanzar hacia una concepción más integral y globalizadora es importante sumar, articular los diversos enfoques, las críticas y los planteamientos
La primera parte del libro -que es la que tienen a su disposición-, la he destinado fundamentalmente al tratamiento del tema desde el punto de vista conceptual. La segunda y la tercera –que no hacen parte de esta publicación-, recogen de un modo testimonial, experiencias de mujeres sobre temas o problemas definidos de antemano.1 Esto hace a una nueva forma de pensar el saber: como realidad presente y diseminada (múltiple) entre las distintas actoras y actores sociales del continente. El pensar no es un patrimonio exclusivo de la intelectualidad, está entre todos nosotros y nosotras, y tenemos que aprender a extraerlo, hacerlo palpable y construirlo (articularlo) colectivamente. Esto, claro está, sin desmerecer la necesidad de contar con pensamiento teórico en el sentido pleno del concepto; las dos vertientes son necesarias
No pretendo dar recetas para enfrentar las relaciones personales, laborales o políticas de un modo diferente y convergente con la perspectiva de equidad de género. Más bien, mirando históricamente el mundo por venir, pienso que estamos empezando y necesitamos profundizar nuestros conocimientos y cuestionamientos. Lo importante entonces es nutrirnos lo más posible, intercambiar, experimentar, volver a intercambiar y a polemizar y así ir construyendo, entre todas y todos, un futuro que esperamos y queremos que sea mejor para el conjunto de los seres humanos, hombres y mujeres
I.RELACIONES DE GÉNERO COMO SUSTRATO DE RELACIONES DE PODER
Este libro busca abordar las relaciones entre hombres y mujeres desde la perspectiva del poder o, lo que es lo mismo, analizar las relaciones de poder desde las relaciones hombre-mujer en todos los ámbitos en que estas se desarrollan: tanto en lo privado como en lo público
Es, por esto, a la vez que un estudio de género, una profundización del estudio acerca del poder. Porque cualquier concepción que lo aborde prescindiendo de incluir en él las relaciones de género que lo sustentan y sobre las que se sustenta, resulta inobjetablemente incompleta y, por lo tanto, cercenada en su valor teórico y práctico
Con esto quiero señalar que este estudio de género -como otros- no es ni de "mujeres" ni "para mujeres"; atañe a hombres y mujeres y, por tanto, a la sociedad en su conjunto
¿QUÉ ES EL GÉNERO?
Hablar hoy de problemática de género, de enfoques de género, de perspectiva de género, etc., resulta algo cada vez más frecuente tanto entre los movimientos de mujeres o feministas como en algunas ramas de la investigación sociológica. Sin embargo, pese a lo trabajado del concepto en el ámbito de especialistas, comprender claramente qué se quiere decir con género y cuál es su diferencia con sexo, resulta aún difícil para la mayoría de las mujeres y los hombres de nuestro medio
Se hace necesario explicar su contenido y alcances mucho más, esclarecer su importancia para la democratización de las relaciones entre géneros y de toda la sociedad
Lo más usual es interpretar sexo y género como sinónimos, sobre todo en las culturas como las hispánicas o de origen hispánico, en las cuales, desde el lenguaje -y esto es de por sí importante de tener en cuenta-, el "género" femenino corresponde al sexo femenino, a la hembra, a la mujer, y el "género" masculino al sexo masculino, al macho, al varón. La fuerza de la costumbre hace ver, desde el lenguaje, al género como naturalmente igual al sexo y, con ello también a sus diferentes roles sociales. Sin embargo, diferenciar sexo y género es muy importante tanto para la lucha femenina como para un replanteo serio y consecuente del poder desde la perspectiva de su transformación democrático-popular, que busca la eliminación de las asimetrías sociales sobre la base de la equidad en lo económico, lo político, lo social, lo cultural, entre las clases, las etnias, y las relaciones entre los sexos
De un modo sintético puede decirse que: "El género es la forma social que adopta cada sexo, toda vez que se le adjudican connotaciones específicas de valores, funciones y normas, o lo que se llama también, no muy felizmente, roles sociales." No está vinculado a lo biológico, sino a lo cultural, a lo social. Eliminar la discriminación de género implica poder lograr, primero, que en el conjunto del propio movimiento de mujeres o de las mujeres que estamos activas, tengamos claro que ello está determinando los roles que la sociedad nos dio a varones y mujeres
La creación histórico-cultural social de estereotipos de género desde la concepción patriarcal machista, sobre la cual se define la identidad (el ser) de cada sexo, hace que las características y diferenciaciones de cada sexo (lo biológico) contengan una alta asimetría discriminatoria en perjuicio de las mujeres. Por ejemplo, los estereotipos según los cuales ser mujer se confunde con tener sensibilidad y ternura, con la emoción, la pasividad, la sumisión, la intuición, y con lo irracional subjetivo y misterioso (no explicable racionalmente). Correlativamente, ser hombre se identifica con tener valor, fuerza y poder, y esto con lo racional, con la capacidad para actuar fría y decididamente, etc. Se pueden sumar muchos adjetivos a cada uno, según los países y los momentos histórico-concretos de que se hable, pero lo que trato de resaltar aquí es que estos adjetivos que definen identidades y capacidades de cada sexo, resumen y expresan la base socio-cultural de las asimetrías en las relaciones entre los sexos sobre las que se asienta la subordinación jerárquica de la mujer al hombre
Por lo arraigado de estos patrones culturales y de conducta adjudicados a cada sexo, éstos resultan también discriminatorios entre seres humanos de un mismo sexo. Así ocurre, por ejemplo, con lo que se considera belleza tanto en el caso del hombre como en el de la mujer, con la correspondiente ventaja cultural para el hombre porque, como reza un conocido refrán: “es como el oso, cuanto más feo, más hermoso.” La mujer, sin embargo, para ser apreciada como tal, debe ser bonita, y para ello debe tener determinadas medidas, estatura y color de cabello, y debe estar entre determinada edad. Si sabe cocinar, mejor, pero eso ya no es tan importante actualmente; lo que sí es importante -y casi necesario- es que sea un poco (o muy) tonta. Porque aunque muchos hombres han demostrado poder romper algunos de estos estereotipos, sólo en casos excepcionales aceptan convivir —en la intimidad, en el trabajo, en la militancia política, o en la vida religiosa- con una mujer tan inteligente como ellos. Y si es más inteligente, resulta sencillamente insoportable, no sólo porque un hombre no lo soporte individualmente, sino porque no puede soportarlo frente a los demás, socialmente
Conversando sobre estas cuestiones le pregunto a Esther Custo, experimentada trabajadora social: ¿Qué margen le queda en las actuales sociedades a la mujer que no es bella?
No le queda margen, afirma Esther, porque ahora piden tener un metro setenta para poder trabajar... Y ser bonita. Te comento la experiencia de Paula que está buscando trabajo. Es esta: Paula tiene que plantearse el futuro de la adolescente. Es decir, hoy para poder encontrar trabajo, podés tener todo un curriculum, pero tenés que ser bella... Y no bella como en los tiempos anteriores, sino una bella que no piense. Si te preguntan qué pensás de la política, sólo entra aquella que es bella y, además, dice que la política no le interesa para nada, que lo que le interesa es trabajar para poder vestirse, salir..
La belleza es un poder y otro es el de las que no son bellas y se hacen grandes cocineras o algo así. Podés ser fea y hacer unas comidas sensacionales, o ser una persona que hace un gran trabajo barrial, entonces tenés tus poderes. Bueno, una cocinera linda se hace famosa mucho más rápido que una fea... (ríe) El otro poder es el ser alta. Esa es la vida cotidiana. Y por eso es que yo no lucho solamente por ser mujer, quiero un mundo para que la gente -mujeres y varones- pueda construir. No me interesa estar luchando contra el hombre para estar en una banca política por ser mujer, para ganarle al hombre, sino porque represento a alguna idea del pueblo, de la gente y por eso voy a luchar ese lugar de mujer, no tanto por ser mujer..
Estos estereotipos, además de fomentar la discriminación, subordinación y marginación de las mujeres, acarrean la frustración de millones de hombres y mujeres. Basta mencionar, por ejemplo, lo que ocurre frecuentemente en las parejas de clase media para abajo, en las que cada uno de los cónyuges vive menospreciando al compañero o compañera que tiene al lado, a quien considera "poca cosa". En mi no corto andar, he conocido cientos de casos de mujeres cuyos maridos se refieren a ellas como "eso que tengo en casa", mientras sueñan con una top model o una actriz de telenovela. En tales casos, por mucho que construyan como familia, ese sueño inalcanzable los va a acompañar no ya como sueño sino como frustración. Esta frustración es, en ese caso, parte de los mecanismos sociopsicológicos de dominación que transforman a las relaciones entre las personas en un tener o no tener, y a la competencia por la movilidad social en una vía para tener con qué "comprar" otro automóvil, otra mujer o -aunque menos frecuente- otro hombre
Lo que quiero significar con esto es que con la construcción histórico-cultural de las identidades de género y -a través de ésta- de los sexos, realizada desde la perspectiva del varón (llamada generalmente androcéntrica o falocentrista), pierden en realidad los dos sexos, debido a la castración de cualidades y capacidades humanas que esto implica para ambos, aunque las mujeres, al ocupar el lugar subordinado, son las más perjudicadas porque las consecuencias de los estereotipos culturales resultan más deshumanizantes, particularmente en el caso de las mujeres pobres (obreras, campesinas, empleadas domésticas, jefas de hogar empleadas o desempleadas)
Precisamente por enfatizar en las mujeres a quienes busca liberar de su subordinación y discriminación, la propuesta de género supone la modificación de los roles histórico-culturales atribuidos a hombres y mujeres. Si no modifica los dos roles no puede modificar ninguno
Primero porque no se trata de invertir los papeles y pasar del patriarcado al matriarcado, ni del machismo al feminismo (en sentido anti-hombre). Segundo, porque de lo que se trata es de modificar culturalmente (mediante un proceso cotidiano de deconstrucción-construcción) los roles de hombres y mujeres tal como estos se han elaborado y consagrado hasta ahora. Por eso, entre otras razones, la cuestión de género atañe a hombres y mujeres; al buscar plenitud de uno de los sexos componentes de los seres humanos, también busca la del otro, la presupone. Vale recordar que la opresión siempre afecta también al opresor, lo limita, lo castra y lo disminuye como ser humano. La rebeldía y la liberación de los oprimidos es por ello, a su vez, la liberación de los opresores de tal condición
Desde esta perspectiva, queda claro que no puede asumirse la cuestión de género solamente como una cuestión de la mujer; tenemos que empezar a tomarla varones y mujeres. A los hombres la sociedad les ha asignado –históricamente- papeles que los han ido castrando en muchos componentes de su humanidad
Los patrones culturales patriarcal-machistas no están sólo entre los hombres, aunque se expresen mayoritariamente a través de ellos
Vale recordar que la reproducción de esos patrones y modelos está prácticamente en manos de nosotras las mujeres, no pocas veces más machistas que los hombres. Como señala Eufemia Frías: Es bueno saber que las que propagamos más el machismo somos nosotras las mujeres, en el hecho de que muchas mujeres, son muy feministas, pero los hijos, ¡ah, no! A cuenta de que tienen medios económicos, muchas veces, tienen a una sirvienta, que les lava, les plancha, les cocina y hasta le baña los hijos. Eso se contradice con lo que estamos diciendo: que debemos compartir las tareas
Y también lo reafirma Remedios Loza: Es importante eso. Nosotras, desde el vientre, educamos a los hijos. Y cuando tenemos niña decimos: tu hermanito es varón, tienes que plancharle, tienes que atenderle porque es varón. Es importante la educación que nosotros demos como madres a nuestros hijos
De un modo quizá más "gráfico", lo asegura también Concepción Quispe cuando dice: Nosotras mismas hacemos el machismo. ¿Quién lo va a hacer? ¡Nosotras! Porque nosotras mismas damos la muñeca a la mujercita y al hombrecito el carro; con eso ya los hemos diferenciado
¿Por qué no a la mujer también el carro? ¿Por qué al hombre no le hemos comprado la muñeca? A la mujercita, la cocinita; para el varoncito, una lancha, un pico y una pala; pero a la mujer siempre la olla y la cocinita, bien implementadita... Y la muñeca para que aprenda a cuidar sus hijos
Pareciera que nosotras mismas estamos acondicionando a las mujeres; por eso digo de que las propias mujeres somos machistas; no es el hombre..
Claro, el sistema, sí, pero por la intuición, por la costumbre de la casa que nos han dejado, por la educación. Esa es una preocupación, hasta ahora
Preñada de lo que hace milenios se entiende como masculinidad, esta concepción del poder patriarcal-machista -el poder de la agresividad, de los agresores y vencedores, de la omnipotencia y la prepotencia, de la autosuficiencia, el autoritarismo, el centralismo y el consiguiente verticalismo-, puede ser, como de hecho lo es, asumida y aplicada también por mujeres en el ejercicio directo del poder -una Margaret Tatcher, por ejemplo-, o incorporada culturalmente a la conciencia femenina como vía de autodiscriminación y afianzamiento de los patrones relativos a la superioridad masculina que muestran un mundo público agresivo, fuerte, eficiente y racional, prácticamente ágil y por tanto supuestamente inaccesible para las mujeres, cuya esfera natural y específica de acción -dadas las características atribuidas a su género-, está dentro de su casa, en el ámbito de lo privado y "protegido" por el hombre
Resulta importante acotar: La división y asignación de roles determinados a hombres y mujeres ocurrió durante un proceso prolongado de diferenciación (y convergencia) de tareas, marcado principalmente por la necesidad de sobrevivencia de las comunidades o núcleos familiares (gentilicios)
"El origen histórico de la discriminación de la mujer nace de la diferencia de roles como la forma más primaria de división del trabajo: la mujer se centra en la maternidad y en el ámbito doméstico y el hombre asume el quehacer público, socialmente valorado como más importante que el privado." Esto habla de la existencia de una diferenciación cultural (creada por la humanidad), entendiendo que el trabajo (en su desarrollo) es quizá la primera conquista cultural de los seres humanos, y de una diferenciación natural (biológica), la cual, como es lógico, subyace y atraviesa cualquier propuesta de equidad entre los sexos. No se trata de negar las diferencias que existen entre los sexos, sino de poner fin a las asimetrías en los roles atribuidos a unas y a otros
Con el desarrollo de la humanidad basado en la asimilación-acentuación de las diferencias de roles culturales establecidos a través de los siglos, lo cultural pasó a ser considerado como natural, fetiche afianzado y recreado constantemente mediante los mecanismos y aparatos de dominación (del poder masculino) y la consolidación de las relaciones de poder establecidas sobre la base de relaciones asimétricas entre los sexos
El mundo o esfera pública quedó cada vez más separado de la esfera privada y con ello también el carácter sexual de las actividades
Los hombres resultaron los únicos aptos para la vida social y pública, la política y las guerras, la economía y el poder (del Estado, de las empresas, de la esposa, de la familia y de los hijos [¿patria potestad?])
Las mujeres resultaron ser las únicas capaces de entenderse con la casa, la crianza de los hijos, el dar placer a los maridos o amantes, el cultivar las artes y las letras, es decir, de hacer todo aquello que necesitaban los hombres para sentirse cómodos, compensados y complacidos para poder dedicarse de lleno a su vida pública y privada (incluso atender a sus amantes, cosa que debía ser aceptada también como natural por sus esposas). En esa división-discriminación de roles, el saber también le fue privado, hasta hace poco, a las mujeres. Es conocido que las mujeres más destacadas e inclinadas a las ciencias y la sabiduría, para poder desarrollarse según sus necesidades humanas e intelectuales -en un tiempo no muy remoto-, tuvieron que internarse en conventos, donde se dedicaron a estudiar y se desarrollaron a costa de la castración de otras necesidades igualmente humanas de su ser.
"La sobrevaloración de lo público se ha ido acrecentando en la medida en que el acceso a esa esfera requiere cada vez más de un aprendizaje formal, lo que ha acentuado la brecha entre ambos espacios.
(...) las causas de la problemática actual, la sitúan entonces así: por una parte la marginación y sometimiento histórico ya señalado y por otra, en la ambigüedad social respecto al rol de la mujer, confusión que tendrá tanto la mujer como la sociedad en su conjunto."
Así, el mundo de lo privado se fue cargando de un doble sentido: para los hombres, era un mundo donde podían hacer y deshacer a su antojo ya que privado quería decir: de su propiedad. (Todavía quedan remanentes culturales, sociedades donde, por ejemplo, los maridos compran a las esposas). Para las mujeres, como lo acota María Antonieta Saa, el mundo privado significó, más que algo íntimo y propio, un mundo "privado de" libertad, de saber, de desarrollo pleno como seres humanos. El mundo de lo público, masculino y dueño de la producción, del saber, de la política y del poder, necesita y crea un mundo privado subordinado a sus necesidades, una de las cuales -y prioritaria- es, por supuesto, su mantenimiento, reproducción y ampliación. Es decir, la producción y reproducción de esas relaciones de subordinación entre los mundos y entre las personas que los integran, entre los hombres y las mujeres. El resultado es que, en ambas esferas la mujer se encuentra en relación de desventaja. "(...) lo público se valora como resultado de las interacciones sociales, mientras que lo doméstico (lugar de la individualidad y lo personal) se aísla de lo político y se rodea de un halo de naturalidad. Ello, relacionado con el establecimiento de un sistema sexo-género con dominio masculino, implica que el espacio doméstico, como campo de la mujer se naturaliza y se aísla de la política, se vive como adecuado a presuntas características femeninas, también de índole natural, considerando la utilización de la biología como dispositivo del poder."5
Si la relación de subordinación mujer-hombre se asienta en una relación de inferioridad "natural", las relaciones familiares hombre-mujer no aparecen sino como algo particular, natural, ajeno al Estado, a la política, al poder, a la cultura, a la sociedad. Se alimenta así la confusión entre género y sexo, entre lo social-cultural y lo biológico
A lo largo de la historia, esta confusión ha consolidado lo que algunas estudiosas del tema denominan "sistema sexo-género", mediante el cual se han conformado y se conforman las identidades de hombres y mujeres, lo que significa ser hombre y ser mujer, y las relaciones que deben existir entre ellos sobre la base de determinadas pautas de comportamiento que -por esta vía- se consideran propias de cada sexo
Las diferencias biológicas entre los sexos se confunden (mezclándose) en una, con las construcciones socio-culturales de valores y significaciones que se adjudiquen a lo masculino y a lo femenino en cada momento histórico. "(...) esta relación se plantea como natural, cuando el género se asimila e iguala al sexo, al pretender que las diferencias entre la mujer y el hombre son estrictamente de carácter biológico, y por esa vía se rodea de un aura de naturalidad e inevitabilidad (...). En el actual sistema sexo-género con dominación masculina, la diferencia biológica oculta la generación social del género y es base de un sistema opresivo
Se cree, de esta forma, que la subordinación de la mujer es natural porque se asienta en el hecho, también natural, de la inferioridad femenina." A continuación expongo testimonios que dan cuenta de algunas manifestaciones de las consecuencias que esta concepción discriminatoria acarrea a las mujeres que logran acceder -contranatura- al mundo tradicionalmente masculino
II. EL ENFOQUE DE GÉNERO EN LA TRANSFORMACIÓN DE LAS RELACIONES DE PODER
El enfoque de género no pretende solo dar cuenta de la realidad de discriminación y marginación de las mujeres, ni mejorar el diagnóstico del origen de tal situación de asimetría social, esclareciendo lo que son diferencias biológicas entre los sexos y lo que corresponde a las construcciones histórico-culturales elaboradas y consolidadas por los poderes masculinos a través de siglos. Aunque esto resulta, por sí mismo, un esfuerzo valioso que contribuye a desnudar los tentáculos íntimos del poder y a conocer más a fondo los mecanismos de producción y reproducción de su hegemonía de dominación, el enfoque de género trasciende la denuncia; es, a la vez, una propuesta de transformación de esa realidad de discriminación y marginación y, en ese sentido, resulta convergente con procesos sociales de transformación de la sociedad toda, o sea, del poder
No hay pensamiento ni propuesta seria sobre la democracia, en lo político, social, ético, económico y cultural, que pueda prescindir de incorporar -atravesando su concepción y su propuesta- la perspectiva de género. Es decir, que pueda prescindir de una profunda revisión del estado en que se encuentran estas relaciones, de cómo éstas han posibilitado la existencia de un poder discriminatorio y marginador de las mujeres y, a su vez, de cómo esto se ha conjugado con la existencia, desarrollo y fortalecimiento de un poder discriminatorio y marginador del resto de sectores considerados débiles dentro de cada sociedad. La mirada de género acerca de las relaciones sociales entre las clases y entre los sexos es profundamente cuestionadora del poder que sobre ellas se levanta, se asienta y se re-fundamenta día a día. Este cuestionamiento -condicion sine qua non de cualquier intento de modificar, con equidad, las relaciones entre clases y sexos históricamente establecidas-, está en la base misma del enfoque y la propuesta de género. No es posible alterar esas relaciones sin alterar todo lo que sobre ellas y a partir de ellas se levanta
Esto quiere decir que la transformación del poder es condición a la vez que objetivo de las luchas de género, y viceversa: las luchas de género son -o deben ser- parte de las luchas por la transformación del poder
GÉNERO Y LUCHA DE CLASES
No existe realmente una contradicción insalvable entre la lucha por transformar la sociedad en el sentido de democratizarla, de organizarla sobre valores de equidad, justicia y progreso social y las luchas de las mujeres por sus reivindicaciones de género, aunque no puede hablarse tampoco de que actualmente exista convergencia, armonía. Esta carencia se debe, por un lado, a la intermediación de intereses particulares de los distintos sujetos-actores involucrados en estos procesos; y, por otro, a la escasa comprensión del valor del enfoque de género que pone de manifiesto los nexos histórico-culturales de las relaciones asimétricas entre hombres y mujeres con el poder de dominación, contribuye a analizar a uno y a otro (el tema del poder y el de género) como fenómenos separados e inconexos, salvo cuando se trata de subordinar, una vez más, la "problemática de la mujer" a la solución del problema considerado "fundamental", que es -en tal caso y según esa interpretación-, exclusivamente el del poder. Esta subordinación es madre de otra serie de subordinaciones, en primer lugar, la de condicionar la solución de la desigualdad en las relaciones hombre-mujer, a la solución del conflicto entre clases antagónicas
"Es como si nuestras reivindicaciones no tuvieran tiempo y nunca es tiempo de hacerlas porque siempre hay cosas más prioritarias, por lo tanto, estamos como suspendidas en el tiempo. Nosotras tenemos que ser capaces de negar esta atemporalidad. Tenemos, por último, que negar el aislamiento y la atomización y este sentido de que los problemas de las mujeres son individuales. Son de cada una. Poder construir un nosotras; una identidad social."
La concepción que centró toda su mira en la "toma del poder", lo suponía focalizado en un sólo lugar, el ámbito estatal, y reducía de hecho, la lucha política y lo político a la disputa contra ese poder y por ese poder. Esa reducción conformaba el sustrato de la búsqueda, preparación y valorización positiva de los enfrentamientos directos por la captura del poder, y -frente a ese empeño- la descalificación o subestimación de toda otra manifestación de lucha o reclamo popular por considerárseles no políticos y por tanto -según esa concepción- un freno a la lucha por el poder. Esto trajo como consecuencia:
•Que se menospreciaran o se desconocieran los múltiples mecanismos y modos de ejercer el poder (la dominación), empleados por los sectores dominantes o, que estos mecanismos fueran reducidos al poder político
•Que las luchas reivindicativas fueran -y para muchos sectores aún son- consideradas como un impedimento, un obstáculo para la politización de las masas y, por tanto, como algo que éstas debían superar para ascender a la esfera política y así llegar al enfrentamiento político, o sea, a la disputa por el poder político
•Que lo político quedara separado de lo reivindicativo
•Que los protagonistas de las luchas reivindicativas fueran "ubicados" en un escalón inferior de las luchas y de la conciencia respecto a los actores políticos
•Que las diferentes formas y medios de ejercer el poder de dominación, que se canalizan y ejercen a través de la ideología y la cultura dominantes quedaran fuera del campo de las disputas políticas, dado que la ideología -en última instancia- también se "medía" a través del enfrentamiento directo con el poder
•Que los modos de penetración ideológica y de presencia del poder de dominación en la vida cotidiana quedaran fuera de la lucha política o postergados para enfrentarlos en un mañana post-"toma del poder", dado que -según tales apreciaciones- en el poder (político) de la dominación radicaba la raíz de todos los problemas sociales, humanos, etc. Así ocurrió, por ejemplo, con las reivindicaciones de los movimientos de mujeres, de los movimientos étnicos, etcétera
La reducción de la concepción del poder al ámbito estatal y la comprensión de éste casi unilateralmente como un instrumento de dominación de una clase sobre otra, reduce toda la vida social y también su dinámica, al conflicto entre las clases así consideradas fundamentales y, sobre todo, a la solución de dicho conflicto, también considerado fundamental. A esta solución se subordina todo ya que, según este punto de vista, la solución del conflicto fundamental -que eliminará la contradicción antagónica-, eliminará también todos los conflictos derivados-dependientes del mismo, entre ellos, el conflicto hombre-mujer suprimiendo la desigualdad de las mujeres. Así lo considera, por ejemplo, Doña Ligia Prieto: Debemos alcanzar primero nuestra independencia económica plena, nuestra democracia plena, nuestra justicia social para que realmente después podamos pensar en otros detalles. En este momento a mí no me interesa la igualdad de la mujer; me interesa la conquista de la justicia social de todo el pueblo paraguayo
Vista así, la liberación femenina y la igualdad de roles entre los seres humanos de distinto sexo, sería una consecuencia inevitable (mecánica) de la solución del conflicto fundamental, que se logra con la toma del poder. Este presupuesto parte de otro: atribuir la existencia de la discriminación de las mujeres y del machismo al capitalismo, cuando en realidad, sí bien en este sistema se han desarrollado y afianzado, el origen de las asimetrías discriminatorias hacia las mujeres, data de mucho antes, tiene su fundamento último en la cultura patriarcal-machista históricamente constituida y afianzada en distintos sistemas sociales. Por eso es tan difícil de superar. Y por eso no se elimina supera automáticamente con la supresión del capitalismo, como lo demuestra la mayoría de las experiencias socialistas de este siglo
Así lo entiende Eufemia Frías: Nosotros estamos luchando porque se defina una línea y una estrategia de cara a esa situación, porque los compañeros de los partidos, lo que estaban pensando es que, bueno, con la transformación de la sociedad se arregla todo y nosotros sabemos que no. Tenemos las experiencias de algunos países socialistas, donde hicieron una guerra y tomaron el poder y donde las mujeres continuaron tan jodidas en el aspecto de la igualdad de derechos con los hombres como aquí, en Dominicana
Y yo digo: la mujer que no hace conciencia ahora del papel que debe jugar, no lo va a hacer nunca. Nosotros decimos que eso hay que irlo definiendo desde ahora. La mujer tiene que comenzar a reivindicarse como lo que es.
La lucha, la transformación de la sociedad, debe ser, para ser integral y radical, un proceso totalizador sobre la base de articular distintos intereses, aspiraciones e identidades sociales, sectoriales y de género. Porque como acota Lucí Choinascki: Yo no quiero luchar para cambiar este sistema capitalista, cambiar las fuerzas productivas del país y que las mujeres continúen siendo las mismas mujeres de hoy, que reproducen, que producen, que están cuidando la casa, los hijos, el marido
No creo que sea una cosa o la otra; yo quiero resolver esto en conjunto, porque hay cosas que son bastantes complicadas. Cuando tú no comiences a resolver desde ahora la cuestión cultural de los cambios en la relación hombre-mujer, a construir un hombre y una mujer nuevos, no veo que ese proyecto vaya a dar en lo cierto. Yo no voy a llegar allá y después abrir la cabeza y poner una cosa nueva allá adentro. Es todo un proceso de construcción, y lo digo por mí misma. Yo pasé por un proceso de conflictos, de luchas, de errores, de varias cosas para llegar al lugar que llegué. Entonces uno no puede pensar que después que cambiamos la sociedad, en lo social y político, vamos a cambiar la cultura, porque así no cambia más la cultura. Es un desafío muy grande y es necesario trabajar todo junto porque el cambio cultural favorece a la transformación. Porque cuando la gente se coloca en el mismo plano de igualdad, con derechos y deberes políticos, intelectuales y todo, estamos contribuyendo a la transformación política, entonces, combinar las dos cosas es algo estratégico
La reducción de todo el conflicto social y su solución, al enfrentamiento entre dos clases fundamentales, por otro lado, supone (en su variante más avanzada) que sólo existen dos salidas posibles, y que cada una de ellas se corresponde con las necesidades y aspiraciones de los sujetos que históricamente han protagonizado el enfrentamiento, en el curso del cual han enarbolado proyectos propios y se han constituido (cada uno) en sujetos históricos de los mismos
Así las cosas, para ese estilo de pensamiento, sólo existen dos proyectos y dos sujetos históricos: los que frenan el cambio y el desarrollo, los retardatarios y reaccionarios (propiamente antisujetos), y los que propugnan el desarrollo, impulsan los cambios, el progreso, la revolución (sujeto histórico de la revolución, clase obrera). Al resto de las fuerzas sociales sólo le corresponde agruparse en torno a uno u otro, como aliado (secundario, principal, estratégico, táctico, etc.). No hay más actores, ni más sujetos que los históricos
Las mujeres -salvo excepciones- ni siquiera somos catalogadas como aliadas. Calificadas como naturalmente conservadoras, se nos considera capaces de movilizarnos sólo cuando vemos amenazada nuestra sobrevivencia y la de nuestra familia. De ahí que, en general, seamos reconocidas y tratadas como una fuerza importante e invencible en momentos de crisis y de definición de procesos de enfrentamientos definitivos
Como dice María Antonieta Saa: "Al final, en momentos de crisis, nos transformamos, somos requeridas y somos demandadas para que salvemos a la Patria como fuerza última y moral." Y como observa también Maritza Villavicencio: "Estamos presentes a la hora de la lucha, peleando, combatiendo, haciendo huelgas, ollas comunes, actuando decisivamente en vistas al quebrantamiento del poder establecido, mas llegado el momento de la calma, nuestra acción no depara el uso de derechos políticos, ni una participación equitativa en la gestión del poder. (...) persiste pues, un manejo utilitario de la intervención política de la mujer, relegada siempre a un lugar decorosamente subalterno
(...) Punto nodal en este problema es la apreciación que se tiene acerca del papel de la mujer en la política revolucionaria. Cuando se trata de lucha electoral, militar, o de resistencia, las mujeres somos convocadas: los políticos se acuerdan que nosotras también tenemos un papel que cumplir al lado del pueblo. O cuando los compañeros, por congraciarse con nosotras, nos dicen que somos sus aliadas en el proceso revolucionario. Nuestra primera reacción podría ser de entusiasmo ante tal reconocimiento, empero, si enseguida nos preguntamos: ¿aliadas?, ¿al lado del pueblo?, descubrimos que tras un discurso aparentemente igualitario, en realidad se nos está negando el rol de ser tan sujetos de la revolución como ellos." Precisamente a esto alude Concepción Quispe cuando, relatando críticamente su experiencia, reclama: Mira, las mujeres siempre hemos encabezado las luchas. Pero, ¿una evaluación?... Entre hombres se hace
"¡Ah, vamos a evaluar!", dicen. Sin embargo, la mujer ha encabezado y ni siquiera le han dicho a la mujer: "A ver, que venga una que vamos a evaluar el movimiento, qué les ha parecido..." Nunca han dicho eso hasta ahora, siempre ellos son los que evalúan. Y las mujeres, que hemos encabezado todo el peligro, ni siquiera sabemos cómo ha sido la evaluación
Y eso es lo que más me amarga a mí. Ni siquiera un aplauso para las compañeras que han encabezado respaldando a los hombres, a los dirigentes. Ellas han expuesto su vida, con sus niños, con todo. Nunca dicen eso. He estado en muchos sitios, y se nota que no hay una valoración. Después que termina la lucha, después que termina la marcha, después que termina el mitin, se olvidaron olímpicamente de la mujer. Antes, sí: "¡Las mujeres que encabecen la marcha!" Nunca han valorado a la mujer "(...) así llegamos a la conclusión de que cuando se convoca a la clase obrera, al campesinado, y demás sectores sociales, se piensa en los hombres de dichos estratos como los hacedores de la historia. Y sólo en los momentos que son francamente difíciles se acude a las mujeres para que colaboren como sostén
Esta concepción es bastante contradictoria, pues, por un lado, implícitamente, se está reconociendo que existe una diferencia entre damas y caballeros aún perteneciendo a la misma clase social, por otro, se está vedando la participación de las mujeres como sujetos específicos."
La consideración de que existe una contradicción y un sujeto fundamental (según sea la alternativa), implica considerar a lo así catalogado como secundario, no antagónico y subordinado, como no definitorio de las relaciones de poder y su transformación y, por tanto, como no importante. En consecuencia, cualquier énfasis por parte de sus protagonistas para atender a sus reivindicaciones y necesidades, aunque sea planteado junto al problema fundamental como una parte del mismo, será considerado como una desviación del mismo y una actitud y posición divisionista de quienes lo defienden
Desde tales presupuestos, transformar el poder, en pocas palabras, significa tomarlo para invertir el contenido y la esencia de clase del Estado y con ello su funcionamiento. Es un acto, no un proceso. Todo lo demás se desprenderá mecánicamente de esa inversión de los mecanismos del funcionamiento estatal. No se reconoce la existencia de vínculos genealógicos entre los fenómenos considerados secundarios y los fundamentales, entre el poder, sus manifestaciones y sus consecuencias, por tanto, se considera que las transformaciones en los márgenes, en los costados (lo secundario) resultan intrascendentes para la "gran" transformación del poder
No resulta ocioso repasar brevemente algunos aspectos referidos al poder. En primer lugar, que el poder de una sociedad dada no se encuentra en un lugar ni en una institución determinada, sino que, a la vez que se ejecuta mediante un conjunto de instituciones, se conjuga con un sinnúmero de factores socioculturales y económicos que actúan sobre el todo social por diversos medios y mecanismos que velan o hacen invisible su acción como acción de dominación, de poder. La naturalidad rodea la vida social y pareciera que el poder dominante se reproduce espontáneamente, por la fuerza de la costumbre de los ciudadanos.
Esto, en parte es así, sólo que esa costumbre se alimenta y afianza cotidianamente mediante el reforzamiento de patrones culturales a través de los medios de comunicación, la cultura, la educación, etc. Sin embargo, toda la vida pública existe porque existe determinado mundo privado que la hace posible. Ambos "mundos" están interpenetrados y se condicionan mutuamente. No es por casualidad ni por principios ético-religiosos que la familia burguesa es la base de la sociedad burguesa y, en general, de toda sociedad moderna. La sociedad política requiere de determinada organización y funcionamiento de la vida privada y para ello, de seres humanos que la atiendan, que en las sociedades patriarcal-machistas son las mujeres.
Con esto quiero destacar que las relaciones de poder empiezan y terminan (se producen y reproducen) en cada casa; se expresan claramente a través de las relaciones familiares, de las relaciones hombre-mujer (esposo-esposa, hermano-hermana, hijo-madre) en el seno de cada familia
Es por ello que la transformación de esas relaciones de poder también debe ser gestada desde lo más íntimo, desde la familia, desde la convivencia cotidiana; no se logra por decreto, requiere ir acompañada de un cambio en la conciencia de hombres y mujeres y esto habla de un proceso, no de un acto, no de un momento
Lejos de socavar la lucha por el poder, el enfoque de género enriquece su concepción y contribuye, en la teoría y en la práctica, a su transformación radical, en tanto ésta es sólo posible y real si es desde abajo, desde las raíces, desde lo cotidiano y en ámbitos simultáneos, en un proceso complejo y multifacético, continuo y discontinuo de deconstrucción-construcción-transformación...
La transformación, si es radical, supone no sólo la autotransformación de cada uno de los actores y las actoras intervinientes, sino también la de las relaciones hombre-mujer, mujer-mujer y hombre-hombre desde el entorno inmediato. Porque reconocer la existencia de relaciones discriminantes asimétricas entre hombres y mujeres y transformarlas, aunque sea desde una posición individual, supone una modificación en los roles domésticos y sociales de quien se transforma, y como esta modificación es de relación, implica la modificación del rol o roles masculinos y femeninos que conviven con quien se transforma. Es muy difícil lograrlo individualmente a plenitud, pero es imposible que se dé una transformación general social repentina si no se van produciendo -como de hecho ocurre- pequeñas y casi imperceptibles transformaciones cotidianas en los roles de muchas mujeres y hombres.
A contrapelo de esto, la ultraizquierda, por ejemplo, siempre ha considerado que el pretender ir cambiando las manifestaciones culturales del poder, o buscar fórmulas para mejorar la sobrevivencia de habitantes de barrios carenciados, es sostener posiciones reformistas, alargarle la vida al sistema, etcétera
Coinciden también con esta concepción, aunque sus referentes ideológicos sean otros, quienes consideran que las luchas de las mujeres por sus reivindicaciones de género, por su reconocimiento como seres humanos con las mismas capacidades que el hombre, por su reconocimiento como sujetos sociales y políticos con puntos de vista propios, son maniobras divisionistas impulsadas por el enemigo e introducidas en los movimientos feministas o de mujeres a través de la pequeña burguesía influenciada por el pensamiento europeo, con el objetivo de dividir el campo popular y dispersar los esfuerzos del problema fundamental
Así lo han pensado y todavía lo piensan muchos hombres y muchas mujeres. Doña Ligia Prieto, por ejemplo, afirma: Yo pienso que no vamos a hacer nunca nada las mujeres si nos estamos dividiendo en feminismo y machismo
Reflexionando sobre esto, Mary Sánchez recuerda: Yo soy de una generación de los años 60-70, cuando la lucha era por la paz y la liberación de los pobres y de los desposeídos. Es decir, cuando teníamos el paradigma del conjunto de la sociedad; en ese torrente todos íbamos a alcanzar la libertad y la igualdad. Entonces, en esa lucha que fue permanente -dictadura incluida-, el aspecto de la reivindicación de la mujer para mí era secundario. Es más, frente a la necesidad de unidad del campo popular me parecía hasta divisionista plantear la mujer por un lado, el hombre por otro. Ahora, pensaba, nos vienen con ese verso europeo. Esa era mí concepción frente a lo que estaba pasando: nos estaba matando una dictadura y además nos vienen a dividir con eso de las mujeres..
-Aunque te parezca algo del pasado, muy superado no es así Mary
Muchas mujeres, como Ligia, rechazan actualmente los planteamientos de género por considerar todavía que responden a tendencias europeas para dividirnos
Mary Sánchez: Es cierto. Siguen teniendo esa concepción mujeres muy comprometidas política y socialmente
Desde una perspectiva diferente, las reflexiones de Gladys Marín, Secretaria General del Partido Comunista de Chile, muestran otro ángulo de esta problemática: He ocupado dentro del partido también cargos que tienen que ver con el trabajo de la mujer, acota Gladys. Fui encargada del trabajo de la mujer joven dentro de las Juventudes Comunistas, después trabajé vinculada a la Comisión Femenina del Partido, pero no he tomado en mi militancia este tema del problema de la mujer. Yo creo que este es un asunto que se plantea en los últimos tiempos en cuanto a un concepto más profundo, más allá de lo que es una definición general de la discriminación de la mujer, que todo el mundo la ve, que todo el mundo la siente... Pero que más allá de eso, aborda el tema del rol de la mujer dentro de la sociedad y cuestiona los roles que esta sociedad capitalista nos ha asignado
Pero yo no partí asumiendo eso desde el primer tiempo. Me planteé siempre el estar -en el movimiento estudiantil, en el partido-, en función de una causa, de una idea. Y llego a Secretaria General del Partido Comunista, por una cosa general, no solo por la condición de la mujer
-Y ahora como Secretaria General, ¿cómo lo analizas?
Gladys Marín: En general para la izquierda chilena, para el partido, para la sociedad y para mí, te diría que no fuimos muy adelantados en esto. O sea, que yo me sumo al conocimiento general que se va dando en cuanto a profundizar sobre el tema de la mujer, sobre la necesidad de su participación, del aporte que hace la mujer al asumirse en tareas generales y romper con los moldes clásicos que nos han asignado dentro de los partidos, porque también en el Partido Comunista se ha dado esto de que la mujer está dentro de las comisiones femeninas, dentro de los trabajos considerados más específicos de la mujer
Romper con esos moldes significa poner más en discusión lo que existe, en los hechos, en todas partes, en las sociedades, en la importancia que se da al trabajo y al rol de la mujer. Yo creo que esta discusión es muy importante porque en general ha significado un mayor aporte, una mayor consideración de la mujer dentro del trabajo político; entendiendo que hay que dar a la mujer un papel mucho más particular para ayudar a que supere la marginación a la que está sometida
Yo creo que esa discusión se ha abierto en general en el país, en las organizaciones sociales, también en los partidos... Pero sin plantearse quizás tan teóricamente el tema. Creo que en la sociedad chilena en general -porque no es que se vea en cada caso particular-, se ha avanzado en lo que es la participación de la mujer en las cosas generales relativas al poder, sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y también en elevar o compartir los roles. Yo creo que se va dando, sobre todo en los sectores más jóvenes, que entienden casi más naturalmente lo que es acompañarse en las distintas tareas.